Como es de costumbre el Padre Ramón nos entrega una reflexión en el marco del año Eucaristico, en este mes de Agosto, para que en casa Reflexionemos, contestando las preguntas que están al final, pueden comentar por este medio.
AÑO EUCARISTICO. AGOSTO.
LA PLEGARIA EUCARISTICA I parte.
La Ordenación General del Misal Romano nos instruye sobre este momento de la Eucaristía así: “La última Cena, en la que Cristo instituyó el Memorial de su Muerte y Resurrección, se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo, realiza lo que el mismo Señor hizo y encargó a sus discípulos que hicieran en memoria de Él, instituyendo así el sacrificio y banquete pascual” . “Ahora es cuando tiene lugar el centro y culmen de toda la celebración, cuando se llega a la Plegaria Eucarística, que es una oración de acción de gracias y santificación (….) El sentido de esta plegaria es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en la proclamación de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio” .
Estamos en el corazón del Misterio de nuestra fe. Es necesario hacernos pequeños, despojarnos de nuestras ideas, “descalzarnos” y disponernos a recibir el más grande de los dones de Dios: Su mismo Hijo Jesucristo vivo.
Dionisio Borobio nos dice que al hombre actual le cuesta entrar profundamente en el Misterio porque va contra la corriente de nuestros pensamientos y actitudes. “Lo difícil, para el hombre, no suele ser dar, sino dar sin esperar recibir, dar gratuita y desinteresadamente, dar perdiéndose con el don (…) Lo realmente importante en el don, no es dar, sino darse. No es dar lo mío, sino darme a mí mismo. Con otras palabras, es dar dándose; es convertirse en don donante; es ofrecerse a sí mismo en la ofrenda”
Otra actitud importante ante el Misterio Pascual es el asombro, la admiración, la fe que también encuentra resistencias en nuestra lógica humana: “Se dice que el hombre actual está perdiendo, en alguna medida, su capacidad de admiración (…) Casi nada nos admira ya porque partimos del supuesto de que todo es posible, y consideramos casi una ingenuidad la afirmación de lo imposible” . Por eso él dice: “Necesitamos, pues, recuperar la simplicidad y sencillez de un niño para admirar y gozar el Don” .
Es éste el momento de vivir nuevamente la Ultima Cena y la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Es revivir el Misterio Pascual de Jesucristo, que es el centro de nuestra fe: “Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). El Señor nos da la prueba inmensa de su Amor. Antes que nosotros nos entregáramos a Él, Él se entrega por nosotros. Él nos ama siempre primero. Antes de que nos comprometamos con El, Él se compromete y da su vida por amor a cada ser humano.
El Señor va a la muerte en silencio, sin defenderse; por amor a cada uno de los seres humanos de todos los tiempos: ““Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13). Sufre inocentemente su juicio, su pasión y su muerte. El carga con nuestros pecados. Nos rescata del pecado y de la muerte con su cuerpo entregado y su sangre derramada. El Señor no nos deja botados en nuestros dolores, pecados y la muerte sino que nos libera, nos redime “no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo” (1 Ped. 1,18s). Este sacrificio de Jesús que revivimos en la Eucaristía nos proclama su amor: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10). Pero, el Señor, al tercer día resucitó, venció la muerte: “A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos” (Hech 2,32). El Señor vence lo que nadie puede vencer: el pecado y la muerte y nos abre las puertas de la esperanza. Nuestra vida tiene desde entonces un sentido eterno porque “en la Resurrección de Cristo hemos resucitado todos” .San Pablo incluso se referirá irónicamente a la muerte cuando expresa: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley. Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! (1 Cor 15,55 ss.).
La Resurrección crea un mundo nuevo, el mundo redimido por Jesucristo. Mediante la Resurrección recibimos “una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros” (1 Ped 1,4). Por eso en el tiempo pascual nos invita a rezar en los prefacios que el “mundo entero está llamado a la alegría”.
Vivamos este momento de la Misa con asombro, con fe, con esperanza. El mismo Jesús de la Ultima Cena, el de la Cruz, el de las apariciones “aparece” vivo, se “hace ver” en la eucaristía, está realmente presente. San Juan Pablo II dice: “La Eucaristía es verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino”
Al celebrar la Ultima Cena Jesús “instituyó una misteriosa contemporaneidad entre aquel triduo y el transcurrir de los siglos. Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud (…) Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística”
PREGUNTAS:
1.- ¿Experimento la grandeza del Señor que se hace pequeño en el pan y el vino?
2.- ¿Vivo con asombro este momento central y solemne de la Eucaristía?
3.- ¿Qué te dice a ti las palabras de Jesús: Tomen y coman esto es mi Cuerpo entregado. Tomen y beban esta es mi Sangre